22 de enero de 2010

Sin bragas y a lo loco

La excitación y el morbo a veces necesitan muy poco para empezar a crecer de forma imparable. En el caso que os voy a contar, bastaron tres palabras: “No llevo bragas”. El resto ya vino solo…
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Hasta ese momento, todo había sido normal. Habíamos salido a tomar algo y dar una vuelta, y aunque daba por hecho que la noche terminaría en la cama, me pilló totalmente por sorpresa lo que me soltaste de sopetón al salir del bar: "No llevo bragas".

Me lo dijiste así, en voz baja y de repente, mientras se dibujaba una sonrisa traviesa en tu cara. Llevabas minifalda, hacía horas que estábamos juntos por la calle... ¡y yo sin enterarme de que ibas sin bragas!

Me imagino que debí poner cara de gilipollas estupefacto mientras la polla empezaba a saltarme bajo el pantalón sólo del morbo que me daba la idea de que fueras con el coño al aire debajo de esa breve minifalda. "No jodas... ¿Desde cuándo? ¿Has ido así todo el tiempo?" "Sí, llevo todo el día sin bragas, preparada para ti. Lo tengo mojado". Desde luego, las mujeres sabéis derretirnos cuando queréis... la polla ya no sabía dónde meterla...

Da igual que desde el principio no fuera ninguna sorpresa que cuando volviéramos a casa íbamos a echar un polvo. Da igual que no se tratase de un ligue inesperado y que el sexo entre nosotros fuese algo habitual. Da igual que, analizado con frialdad, el polvo que íbamos a echar pudiera considerarse casi rutinario en nuestra relación. Todo eso da igual cuando te pillan por sorpresa, cuando te encuentras con algo inesperado, y cuando de repente el morbo se convierte en el dueño de la situación. Ella estaba ahí, a un palmo de mí, en medio de la calle, provocándome, y de repente me moría de ganas de levantarle esa falda y de hundir mi cara en la caliente humedad de su coño. Joder, qué simples somos a veces... Y qué bueno que lo seamos...

"Me la has puesto tiesa. Eres una guarra" le dije, siguiéndole el juego. Ella estaba desmadrada: "Sí, una guarra que está deseando que la folles. ¿Te gustaría meterme los dedos para ver lo chorreante que estoy? Lo tengo aquí mismo, al aire". “Joder, guarra, me estás poniendo a cien, como sigas así no voy a poder ni dar un paso… Me va a reventar el pantalón”. “Hummmmm, me encantaría metérmela en la boca así, toda tiesa y dura… Cómo me gustaría comérmela…”. Yo me sentía como si todo a mi alrededor se desvaneciera poco a poco… ya prácticamente no sabía dónde estaba ni qué hacía, sólo estaba concentrado en ella, en sus palabras susurradas con tono provocativo, en la erección que me apretaba los vaqueros, y en las imágenes de coños inundados de jugos que saturaban mi mente. Estaba empezando a aislarme de todo para vivir suspendido en una fantasía anticipada. No tenía sentido seguir allí: “Vámonos a casa, que te vas a enterar”. “¿Ah, sí? ¿Y qué me vas a hacer?”. “Lo que te mereces, guarra”.

Pero ella no paraba: “¿Me lo vas a comer? Está jugosito, y le encantaría sentir tu lengua recorriéndolo”. Desde luego, parecía que no me iba a dejar llegar a casa sin que media ciudad se diera cuenta de que iba empalmado… De no haber llevado pantalones vaqueros, habría ido abriéndome paso por la calle como si enarbolara un ariete.

La cogí por la cintura, bien pegada a mí mientras caminábamos. “Quiero tocártelo”, le dije mientras bajaba la mano hacia su culo por encima de la falda. “¡Quieto!”, exclamó retirándome la mano, no sin antes haber conseguido agarrarle una de sus nalgas por encima del tejido, notándola excitantemente suelta y libre por debajo. Joder, qué ganas tenía de llegar a casa para metérsela…

Llegamos al coche, y en cuanto entramos, me abalancé sobre ella. La besé con pasión y le sobé las tetas por encima de la camisa, para enseguida bajar la mano entre sus piernas. Se había puesto medias de esas que terminan a un palmo de las ingles, y allí encontré su carne desnuda, mientras ella apretaba rápidamente las piernas para impedirme el paso más arriba a la vez que cogía mi mano para que no pudiera seguir subiendo. Mi mano quedó entre sus muslos, a apenas unos centímetros de su coño, donde ya sentía todo el calor que emanaba de su sexo. “¡Estate quieto, que nos van a ver!”. Tenía razón, estábamos aparcados en medio de la calle y, aunque no había demasiados peatones a esa hora, podíamos dar el espectáculo. “Vamos a casa, y allí me tocas todo lo que quieras”, me dijo. Asentí y arranqué deseando tener ya su cuerpo desnudo entre mis brazos sobre la cama.

Decidí no callejear y tomar una de las vías rápidas que cruzan la ciudad, no sólo para llegar antes, sino para escapar cuanto antes de las miradas de posibles peatones curiosos. “Quítate el sujetador”, le dije en cuanto no hubo peatones a la vista. “¿Pero estás loco? Me van a ver desde los otros coches”. “Cada uno va a lo suyo, nadie mira dentro del coche de al lado; no se darán cuenta, y además no te conocen”. “Eres un pervertido”, respondió, mientras comenzaba a desabrochárselo para después sacárselo por las mangas como sólo las mujeres saben hacerlo. “Abre las piernas”, le dije. Inmediatamente, metí la mano hasta su coño, para llevarme la segunda gran sorpresa de la noche: “¡Joder, te lo has pelado!”. “¿No te gusta?” “¡Me encanta, guarra! Eres una guarra…” repetí mientras mis dedos se movían ansiosos entre sus suaves labios empapados de jugos. No había mentido cuando me había dicho que estaba chorreando: sentía los dedos inmersos en una ardiente masa de suave carne empapada del más delicioso néctar que puede existir… Tenía que coger el volante con las dos manos, no podía seguir así más tiempo, así que saqué la mano de su entrepierna y me la llevé a la boca para saborearla con fruición antes de llevarla al volante de nuevo. “¡Eres un guarro!”, me dijo esta vez ella con una sonrisa. No lo puedo evitar: me encanta el sabor a coño.

El siguiente asalto fue a sus tetas. En cuanto el tráfico me lo permitió, solté de nuevo mi mano derecha del volante para meterla por su escote hasta agarrarle un pecho. “¡Estate quieto!”, exclamó, mientras mi mano le sobaba la teta con ansias, agarrándola entera, manoseándola y pellizcándole el pezón, lleno de ansias reprimidas. La saqué tras unos segundos para poder seguir conduciendo, pero cada vez necesitaba más. Estaba salidísimo.

Súbete la falda”, le dije, “quiero verte el coño”. Lo hizo y pude contemplar su pubis rasurado, brillante de los jugos que rezumaba y que yo había extendido por todo su exterior poco antes. “Joder, pero qué guarra eres”, le dije, todavía asombrado por contemplar completamente libre de vello ese coño que tan acostumbrado estaba a ver todo peludo. “Soy una guarra para ti, porque sé que te gusta”, me respondió de nuevo con voz traviesa, siguiendo el juego de provocación que ella misma había empezado. ¿Desde cuándo habría planeado todo esto? Había salido de casa ya sin bragas y con el coño pelado. ¡Y yo había estado medio día con ella por la calle completamente ignorante de esto! La verdad es que no sabría decir cómo me gustan más los coños, si con pelo o sin pelo. Me gustan de las dos formas, me encantan sean como sean. Pero en el sexo lo que realmente me excita es la sorpresa, el cambio, lo inesperado. Y encontrarme su coño pelado cuando no lo esperaba fue como un pequeño shock que elevó el morbo de la situación aún más por encima del nivel que ya había alcanzado.

Joderrrr, puta, estoy deseando metértela hasta los huevos”, exclamé a la vista de su coño reluciente de jugos, con mi polla a punto de explotar. “Hummmmm, y yo estoy deseando que lo hagas”, me respondió llevando su mano a mi polla y empezando a abrirme la bragueta. Su mano entró en mis pantalones y se abrió paso a través de mis calzoncillos para sacar mi polla al exterior y empezar a menearla con suavidad. Yo estaba que no podía más, el morbo de la situación y la tensión sexual acumulada me tenían al borde de la eyaculación prácticamente sin necesidad de tocarme.

Quiero verte las tetas. Sácatelas”, le dije mientras de nuevo mi mano derecha asaltaba su escote para agarrarle la que me quedaba más a mano. Sin esperar la reacción por su parte, intenté sin éxito sacarle la teta por encima de la camisa. “¡Para, bruto, que me vas a romper los botones!”. “¡Desabróchatela!”, grité, ansioso por verle esas preciosas tetas que siempre me habían gustado tanto, ligeramente grandes y tremendamente firmes, con unos pezones sedosos que crecían hasta convertirse en auténticos estiletes de carne. Cómo me gustaba sentir esos pezones erectos en mi boca, sobre mi lengua, chuparlos y mordisquearlos, y notar cómo su tremenda longitud llenaba mi boca rozando mi paladar… Me encantan estos pezones que se ponen tan largos al excitarlos…

Ella seguía manoseando mi capullo con suavidad, mientras con la otra mano empezó a soltarse poco a poco los botones de la camisa. “Espérate a que no haya coches cerca”, me dijo, mientras se desabrochaba pero cuidando de mantener la camisa cerrada. “Ahora, enséñamelas”, le dije en cuanto rebasé al único coche que circulaba por el carril de al lado. Ella se abrió la camisa y me mostró sus magníficas tetas, con sus pezones ya parcialmente erectos, para volver a cerrarla a los pocos segundos. “Joder, no te la cierres”. “Ya las verás tranquilamente en casa, que voy dando el espectáculo”. “¡Joder!”, grité de frustración mientras metía de nuevo la mano entre sus piernas hasta su coño, para compensar.

Para, para, que vas a hacer que me corra”, dijo al notar que mis dedos se movían sin parar en su sexo lleno de jugos. Me retiró la mano mientras decía “Ahora me toca a mí”. Entonces empezó a inclinarse hacia mí, en lo que yo viví como un movimiento a cámara lenta, anticipando lo que iba a suceder… Efectivamente, bajó hasta meterse mi polla en su boca, y empezó a chuparla, a lamerla, a beber mis propios jugos que ya rezumaban por la excitación. “Joder tía, que voy conduciendo”, exclamé intentando mantener la atención en la carretera. “Tú a lo tuyo, déjame a mí”, respondió con la boca llena. Aquello no podía continuar, como no llegásemos pronto a casa yo iba a estallar. Afortunadamente, se retiró al poco tiempo. “Tía, me tienes a cien… como sigas así me voy a correr…”. “Me encanta verte así”, dijo ella con una sonrisa.

Estábamos llegando a nuestro barrio, y dejé la circunvalación para volver a callejear de nuevo. Ella volvió a abrocharse la camisa pese a mis protestas: “No me apetece que me vean los vecinos con las tetas al aire”, respondió con razón. “Vale, pero la falda te la dejas subida, quiero verte el coño. A esa altura no te ve nadie.” Accedió, mientras volvía a coger disimuladamente mi polla, que seguía asomando por mi bragueta. Yo echaba la mano a su coño también de vez en cuando, cada vez que me lo permitían los giros que tenía que ir dando para torcer en las esquinas, camino de su casa.

Mientras buscaba dónde aparcar, ella se bajó la falda y yo me guardé la polla como pude dentro del pantalón; ahora sí podía vernos cualquier persona que pasase por la acera, y tan cerca de casa podría ser incluso algún conocido; la situación podría ser un poco ridícula. Aparqué y bajamos del coche. Me acerqué a ella y la besé con pasión mientras volvía a cogerla por la cintura. Ella me devolvió el beso con las mismas ganas y empezamos a caminar hacia el portal, mientras mi mano bajaba una y otra vez hasta su culo, y ella cada vez me la cogía para obligarla a subir de nuevo hasta sus caderas.

Entramos al portal y, mientras esperábamos al ascensor, me puse a magrearla de nuevo sin ningún pudor: una mano se metía hasta su culo por debajo de su falda mientras la otra se metía entre los botones de su camisa para llegar a su teta. “¡Quieto! ¡Espérate un poco! ¿Y si baja alguien en el ascensor?”. Yo seguí sin hacer caso hasta que el ascensor llegó, momento en el que me retiré rápidamente y ambos intentamos recomponernos en cuestión de segundos por si descendía alguien del interior. Estaba vacío, y, como os podéis imaginar, en cuanto entramos dentro volví a la carga, esta vez con furia renovada: me bajé la cremallera, saqué mi polla y le asalté el culo por debajo de la falda en busca de la entrada a su coño desde atrás, mientras la aplastaba contra la pared del ascensor. Ella pedía entre gemidos ahogados que parara, que ya valía, que esperase un minuto hasta llegar a casa…

No llegué a metérsela, no conseguí más que frotarla a la entrada de su coño y contra la raja de su culo, cuando el ascensor se paró y ella se quedó con la falda levantada, con el culo y el coño al aire, y yo con la polla fuera del pantalón apuntando al frente. Ella se bajó la falda rápidamente mientras yo volvía a metérmela doblándome por la cintura para intentar introducir su gorda rigidez a través de la minúscula abertura de la bragueta. Hay que ver qué pequeña parece cuando tienes que meter o sacar una polla tiesa…

Tuvimos suerte de no cruzarnos con nadie en el descansillo mientras salíamos del ascensor y esperaba a que ella abriera la puerta. Cualquiera que nos hubiera visto en aquel momento seguro que habría intuido lo que estaba pasando: ella con sus tetas ondulando libres debajo de la camisa, yo con ese bulto tremendo en mi bragueta, ambos nerviosos y con los colores subidos…

No esperé ni a llegar a la cama: en cuanto se abrió la puerta le arranqué la falda hacia abajo de un tirón (tras una breve pausa para bajarle la cremallera al ver que con el primer tirón no salía), y mientras ella después escapaba corriendo hacia el dormitorio yo fui despojándome de la ropa por el camino, dejando el suelo sembrado de prendas tiradas, como en las películas. Cuando llegué a la habitación, ella ya me esperaba desnuda e insinuante tirada en la cama, con sus pezones erectos y su coño depilado. Lo que vino después fue una sesión de sexo inolvidable, por el tremendo grado de excitación que los dos habíamos acumulado desde que me dijo en medio de la calle que iba sin bragas. Hay que ver lo cachondo que puede ponerte, el morbo que puede dar, una sorpresa como ésta.

16 de enero de 2010

Pensando en ti

Escribir un blog como éste trae muchos recuerdos...
A un bello amor que se fue y que, aunque fue reemplazado por otros, nunca olvidaré. You were so beautiful to me...
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You were so beautiful to me
Can't you see?
You were everything I hoped for
You were everything I needed
You were so beautiful to me

9 de enero de 2010

Anticipando el reencuentro

Los reencuentros con antiguos amores dan mucho juego. Ésta es una fantasía anticipando un próximo reencuentro; una fantasía con una persona real anticipando un encuentro real.
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Hace tiempo que no nos vemos. Hace años, tuvimos una relación que finalmente terminó, pero seguimos siendo amigos. Juntos descubrimos el sexo, y lo exploramos en toda su profundidad. Hicimos de todo, y lo cierto es que lo hicimos muy bien. Bueno, en realidad no siempre fue así: supongo que, como le pasa a casi todo el mundo, los comienzos fueron desastrosos, pero rápidamente nos pusimos las pilas y nos convertimos en amantes expertos y, sobre todo, abiertos a todo. Nos encantaba disfrutar del sexo, explorar y experimentar, jugar y gozar de todas las formas posibles. Fuimos exploradores del sexo, y gozábamos enormemente con ello. Nos iba el morbo y no teníamos pudor a confesarnos nuestras apetencias y deseos. No teníamos más límites que los que nosotros mismos decidíamos imponernos, y no eran muchos. Vivimos momentos muy buenos. Y, aunque al final aquello acabó, algo nos quedó dentro para siempre.

Han pasado bastantes años, pero no hemos perdido el contacto. De vez en cuando nos escribimos, y, muy esporádicamente, hasta nos reencontramos. Y en el reencuentro siempre hay una cama de por medio. Han sido encuentros breves y esporádicos, una sola noche aislada dentro de periodos de varios años. Pero siempre mantenemos el deseo de repetirlo. Nunca sabemos cuándo volveremos a hacerlo, pero seguimos sin perder la esperanza de tener un próximo reencuentro. Nos separan muchas cosas, pero seguimos con la ilusión de que de repente un día podamos forzar esas barreras para repetir una sesión de sexo y cariño a partes iguales, de reencontrarnos a la vez que se reencuentran nuestros cuerpos.

Y cuando por fin se dan las circunstancias para tener uno de esos reencuentros, esos breves momentos, apenas ese día que compartimos juntos, lo estiramos al máximo en nuestras mentes para disfrutarlo durante semanas. Lo gozamos antes, durante y después de tener lugar. Desde el mismo momento en que empezamos a planear vernos, los dos comenzamos a tener fantasías sobre lo que haremos cuando llegue el momento. Yo las tengo, y tú una vez me confesaste que también. A menudo, las cosas siempre terminan por salir de forma muy diferente a como las planeamos en nuestra imaginación y lo sabemos, pero eso no importa, es genial anticiparse al goce de una sesión de sexo imaginando los placeres que nos esperan. Igualmente, tras la despedida, pasamos semanas rememorando aquellos momentos de pasión que compartimos juntos. Es apenas un día, sí, pero lo revivimos intensamente durante mucho tiempo.

Suelo tener varias fantasías previas a cada reencuentro. A veces lo imagino de una forma, y a veces de otra; unas veces recreo en mi imaginación lo que pienso que vamos a hacer de verdad, y otras veces simplemente me invento historias que sé que no van a suceder. Da lo mismo: lo importante es pensar en ti, en imaginar tu cuerpo desnudo y sentir en mi imaginación nuestros cuerpos entrelazados anhelando que llegue el momento de hacerlo realidad. Es algo que, durante días, no puedo quitarme de la cabeza, y que me asalta en los momentos más insospechados: antes de dormirme, en un momento de calma en el trabajo, circulando en coche o mientras espero mi turno en alguna cola. Algunas de esas fantasías las tengo solo una vez, mientras que otras son recurrentes; da lo mismo, todas las disfruto. Voy a contarte aquí una de las fantasías que tuve antes de nuestro último encuentro. La tuve y la escribí hace mucho tiempo; hoy, al releerla, me parece algo torpe, no en su fondo, sino en cómo está escrita. Hoy lo expresaría de otra forma, pero eso es lo de menos. Fue la única vez que compartimos esta fantasía antes del encuentro, ¿te acuerdas? Te la envié por correo antes de vernos. Ahora, mucho tiempo después, la reproduzco aquí tal como la escribí en su momento:

Voy a verte. Lo hemos hablado, y los dos estamos deseosos de vernos y de hacer el amor, de la forma más morbosa y excitante que se nos pueda ocurrir. Los dos estamos ansiosos, y no pensamos más que en el momento de vernos, de desnudarnos y de recorrer nuestros cuerpos con nuestras manos y nuestras lenguas, de sentirnos uno pegado al otro, de frotarnos y de gozar durante horas del sexo sin límites.

Los dos sabemos lo que va a pasar, y nos excita sólo el pensar en ello. Pero hoy no quiero ir directamente a tu casa: quedaré contigo en alguna cafetería o un bar de copas. Quedaremos en un sitio elegido por ti, por el centro. Tú llevarás tu coche para volver después a tu casa, y te pido que te pongas ropa sexy. Lo dejo a tu elección. No se trata de que parezcas una puta, por supuesto, pero sí que te pongas algo lo más excitante posible dentro de lo normal, algo que, a ser posible, haga que la gente se fije en ti por la calle, algo que resalte tu cuerpo, tus pechos, todas tus curvas... Un vestido ajustado, o una minifalda ceñida, con alguna camiseta, camisa, blusa o lo que sea también ajustado... o pantalones ajustados también, y de tela fina, a ser posible, no vaqueros, para que marquen más tu precioso cuerpo. En fin, decides tú...

Son sobre las 8 de la tarde, y ya estoy en el bar de copas que me has indicado. Te espero tomando una copa y algo nervioso por la excitación de pensar en lo que vamos a hacer, y porque sé que tú vendrás igual de excitada pensando lo mismo. Al cabo de un rato te veo entrar por la puerta, me buscas, y al verme ahí al fondo, en una mesa, sonríes. Estás preciosa, y no puedo evitar sentir que empieza a engordarme poco a poco. Llevas un vestido bastante veraniego, corto, que marca bien todas tus curvas: tus pechos, tu cintura, tus caderas... no veo tu culo porque vienes de frente a mí, pero lo imagino pequeñito, redondo y firme, como siempre. Contemplo extasiado tus piernas desnudas y tus brazos también expuestos por ese vestido sin mangas... Dios, cómo puedes gustarme tanto...

Llegas a mí y te inclinas suavemente mientras yo me levanto un poco, para darme un beso en los labios. Te acercas como a cámara lenta, o eso me parece a mí, acercando tu boca a la mía con lentitud, y con muchísima suavidad posas tus labios sobre los míos, con las bocas de ambos muy levemente entreabiertas; me das un beso suave, flojito, con los labios relajados, mientras los dos decimos muy bajito... “Hola”.

Te sientas frente a mi y sonríes, y yo también. Estoy deseando abrazarte y besarte apasionadamente, pero allí no podemos, y creo que esa espera forzada me excita aún más. Pides algo para beber y empezamos a hablar... pero en nuestras mentes sólo hay un tema, lo que vamos a hacer después, y nuestra conversación es torpe y como entrecortada. Ya habrá tiempo de hablar de otras cosas, ahora no queremos estropear el momento, no queremos distraer nuestras mentes de lo que vamos a hacer, queremos empezar a saborearlo desde ese mismo momento. Así que apenas hablamos, sólo pensamos en nosotros anticipando el momento de sumergirnos de lleno en el sexo, y lo que decimos lo decimos bajito, casi en susurros, mientras nos miramos a los ojos con miradas llenas de deseo. Aunque no hablamos directamente del sexo, es algo que está en el aire: yo te digo lo guapa que estás, lo mucho que me gustas y lo mucho que me excita ver la curva de tus pechos bajo el vestido. Te digo que me encantaría poder contemplarte desnuda allí, en ese mismo momento, ahí sentada... Tú sonríes, y me respondes algo siguiendo el juego. Los dos estamos disfrutando. Ambos estamos intentando poner al otro lo más excitado posible, lo más ansioso posible, antes de marcharnos a casa para hacer realidad todas nuestras fantasías.

Pero para antes de irnos he planeado un pequeño juego, para excitarte a ti y excitarme yo al mismo tiempo, y no te puedes negar. Tranquila, no será nada extremo ni nada de lo que te arrepientas, pero tienes que hacer lo que te diga, ¿de acuerdo? Luego, si quieres, te tocará a ti, y podrás pedirme lo que sea, también con los límites lógicos...

Accedes, aunque te pone nerviosa pensar qué habré inventado, pero a la vez la idea te excita, te da morbo. No es gran cosa, pero sé que lo vas a pasar bien y mal a la vez. Ya no puedes echarte atrás, te has comprometido a hacerlo: te pido que vayas al servicio, y que allí te quites el sujetador y las bragas, y que vuelvas sin nada en absoluto debajo de ese vestido que marca tanto tu cuerpo. Intentas resistirte, te da vergüenza pensar que alguien pueda darse cuenta, sabes que se va a notar que no llevas sujetador, aunque lo de las bragas sea más disimulado... pero ése es el juego, y los dos hemos decidido que hoy no hay apenas límites para el sexo, y te has comprometido a hacerlo... al fin y al cabo, qué coño... nadie te conoce... pues que lo noten...

Hay otro pequeño detalle... Si llevaras bolso, sería fácil, sólo tendrías que meter el sujetador y las bragas en él... pero si no, tendrás que guardarlos bien apretados en tu mano y traérmelos, dármelos a mí para que yo los guarde. Y hoy, fiel a tu estilo, has venido sin bolso. Te mueres de vergüenza de pensar que la gente te vea salir del baño con tu ropa interior en la mano, sabes que por mucho que lo intentes no podrás ocultarlo del todo, especialmente los aros del sujetador... pero no cedo: tienes que hacerlo, no hay concesiones.

Te veo levantarte hacia el cuarto de baño. Te observo alejarte mientras empiezo a notar la humedad que rezuma mi glande por la excitación que estoy sintiendo. No sé qué voy a hacer si me tengo que levantar en algún momento, cualquiera que me mire verá que tengo una erección como una casa. Pero entretanto disfruto viéndote ir hacia el cuarto de baño, e imagino tu cuerpo caminando desnudo debajo de ese tenue vestido.

Al rato vuelves. Caminas deprisa, con la vista ligeramente agachada y mirando como de reojo para ver si te mira alguien. De tu mano apretada se ven asomar algunos encajes negros. No creo que nadie se haya dado cuenta, la gente está a lo suyo y el local tampoco está muy iluminado, pero tú sientes como si todas las miradas estuvieran clavadas en ti y se te hace eterno el camino hasta la mesa. Yo, en cambio, lo estoy disfrutando. Te veo acercarte y contemplo tu cuerpo desnudo bajo el vestido, con tus pechos libres ondulando ligeramente a cada paso, maravillosos, e incluso el vello de tu monte de Venus se adivina levemente contra la tela del ajustado vestido. Me muero de ganas de besarte, y cuando te sientas y me pasas tu mano cerrada con tu ropa interior para que yo la guarde en mi bolsillo, me inclino hacia ti y te beso... lentamente, con suavidad, pero introduciendo levemente mi lengua en tu boca tras los primeros instantes. Tú respondes con la tuya, y nos fundimos en un beso apasionado, aunque algo reprimido por la situación y el lugar.

Cuando nos separamos, tú respiras agitadamente. Veo tu pecho subir y bajar, noto tus maravillosos pechos, erguidos y redonditos, suaves, duros y cálidos, moverse bajo el vestido, mientras, supongo que por la excitación y por el roce con la tela, tus pezones comienzan a marcarse a través del tejido.

Entre tanto, guardo en mi bolsillo tus braguitas y sujetador. Disimuladamente (creo que nadie ha visto nada), veo que te has puesto la ropa interior más sexy que tenías, negra y muy excitante... no pensabas que te iba a durar tan poco... Pero es igual, me halaga ver que te lo habías puesto especialmente para mí. Estoy excitadísimo, y me parece que tú también. De hecho, creo que te sientes turbada y excitada al mismo tiempo, te sientes incómoda, te sientes desnuda y como si todos los ojos del local estuvieran fijos en ti, pero a la vez te excita, te da morbo...

Y me encanta, es lo que quiero. Que te sientas desnuda, que seas consciente de tu propio cuerpo desnudo, cubierto sólo por una fina tela, ahí, en la calle, a la vista de todos. Aunque no sea cierto, quiero que te sientas un poco exhibicionista, quiero que te sientas desnuda, aunque en realidad sólo yo sepa que, debajo de esa tenue tela, lo estás en realidad.

Mi juego ha terminado, ya podemos irnos, pero tú no dejas que esto quede así, por supuesto... me estabas esperando con la venganza, y me ordenas hacer lo mismo, quitarme los calzoncillos y entregártelos a ti. Te acabo de comentar que tengo una erección enorme, y quieres que pase por la humillación y el morbo de pasearme de ida y vuelta al servicio con mi erección a la vista de todos, sobre todo a la vuelta, ya sin calzoncillos que puedan hacer algo por ocultarla, y sintiéndome yo por dentro tan desnudo como ahora te sientes tú.

Lo hago. Recorro el camino avergonzando, rogando que nadie me mire, pero en el fondo, por debajo del mal trago, disfruto con la situación, con el morbo que hemos creado entre los dos. Todo da igual, nadie me conoce, y hoy el protagonista es el sexo, lo demás no importa.

Vuelvo con mis calzoncillos en la mano, apretados en mi puño. Intento andar con normalidad a pesar de mi tremenda erección para no llamar la atención, y al llegar a ti abro ligeramente la mano para que los veas. Sonríes, y me dices que me los guarde en el bolsillo, tú no tienes dónde hacerlo. Te levantas y nos vamos.

Mientras andamos por la calle hacia el coche, apenas hablamos. Y lo poco que nos decimos, lo seguimos haciendo casi en susurros, casi al oído el uno del otro. En estos momentos, lo único que se nos ocurre decirnos es lo excitados que estamos y las ganas que tenemos de revolcarnos en cuanto lleguemos a casa. Yo te miro andar, siento mi erección y miro tu cuerpo, miro tus pechos cuyos pezones ya parece que quieren atravesar la tela del vestido. Observo que la gente mira tus pechos mientras andamos por la calle hacia el coche, los hombres que nos cruzamos no pueden evitar clavar la vista en tus preciosos pechos y tus pezones, maravillosamente libres y erguidos a la vez, ondulantes mientras andas. Y yo, además, sé que tampoco llevas bragas.

Llegamos al coche. Te acomodas en el asiento del conductor y al sentarte se te sube el vestido. Me muero de ganas de tocarte el muslo, de acariciar tu pierna desnuda, pero no lo hago: hasta ahora no hemos tenido contacto físico a excepción de los besos, y quiero retrasar el momento, quiero que ambos lleguemos a anhelar esa primera mano del otro sobre nuestro cuerpo. Pero sí te pido que te levantes ligeramente el vestido. Allí, en el coche, antes de arrancar. Quiero que tires poco a poco de sus extremos hasta dejar entrever el comienzo de tu sexo. Protestas, dices que nos puede ver alguien, pero no cedo... y finalmente, cuando ves que no hay nadie cerca del coche, lo haces. “No lo bajes hasta que te dé permiso”, te digo... y contemplo de refilón, justo asomando por el borde del vestido, la cara interna de tus muslos y la mata de tu vello púbico. “Abre ligeramente las piernas”. Lo haces, y mi erección parece que va a reventar mi pantalón. Pero ya está bien, veo que alguien se acerca a lo lejos, y te dejo bajarte el vestido. Arrancas y nos vamos de allí.

Me muero de ganas de comértelo. Mientras vamos hacia tu casa, te cuento las ganas que tengo de hundir toda mi cara entre tus muslos, de empaparme con tus jugos, de aspirar tu aroma y embriagarme con ese maravilloso sabor… de jugar con mi lengua y llenarme la boca con tus labios y tu clítoris para hacer que te retuerzas de placer. Me encanta hacerlo, me encanta chuparte toda, y me encanta verte disfrutar, oírte gemir, y sentir tu olor y tu sabor... Te digo y a la vez imagino todo esto mientras vamos hacia tu casa y mientras te contemplo ahí, a mi lado, vestida pero casi al borde de la desnudez... Estoy a cien, y creo que tú también.

Llegamos y aparcas. De repente, tras parar el coche, te giras hacia mí y, rápidamente y sin mediar palabra, te pones a besarme con toda el alma, con pasión, me coges la cabeza mientras tu lengua se introduce completamente en mi boca y pareces querer comerme entero. Me encanta, siempre me ha entusiasmado tu forma de besar, y te respondo con el mismo ímpetu, mientras con mis manos acaricio tu pelo, tus hombros y tu espalda, con nuestras lenguas entrelazadas y nuestras bocas abiertas hasta no poder más.

Finalmente, nos separamos, excitadísimos, con la respiración agitada... “Quiero que me folles”, me dices; no puedes imaginarte cuánto lo deseo... “Vamos”, te respondo, y salimos del coche.

Mientras subimos las escaleras, yo detrás de ti, contemplo cómo se marcan a través del vestido tus nalgas, casi delante de mi cara... No puedo evitarlo, y te agarro con mis brazos por la cintura mientras hundo mi cara entre ellas, restriego mi cara contra tu culo, por encima del vestido, pero notándolo libre a su través, notando su calidez en mis ojos, mi boca y mi nariz. Te giras y me sonríes, pero me apresuras, “¡vamos, venga!”. Pero en cuanto llegamos a tu casa y cierras la puerta detrás de ti, no puedo resistirme más: te abrazo fuertemente mientras empiezo a besarte con toda la pasión de la que soy capaz, y tú me respondes con la misma fuerza. Durante un rato nos desahogamos así, besándonos, chupándonos, moviendo nuestras lenguas en la boca del otro, abrazándonos con fuerza, sintiendo nuestros cuerpos pegados desde el pecho hasta las piernas...

Pero aún ninguno de nosotros ha superado una especie de barrera invisible. Como puestos de acuerdo sin decirlo, ninguno ha querido tocar aún las zonas más erógenas del otro. Yo te abrazo, te acaricio la espalda, los brazos, los costados, las caderas... pero no toco tu culo, ni tus pechos... y tú tampoco... es como si quisiéramos retrasar la llegada de ese momento, alargar el comienzo del sexo, para así alargar toda esta maravillosa tarde de sexo y pasión.

Finalmente nos separamos. Los hacemos mientras nos miramos fijamente a los ojos, con la respiración agitada, con nuestro pecho (el tuyo más claramente) moviéndose arriba y abajo. “Desnúdate”, te digo pasados unos segundos, sin separar mis ojos de los tuyos. “Despacio”. “Tú también”, me respondes, “también despacio”. Estamos frente a frente, como a medio metro uno del otro. Tú coges tu vestido por abajo mientras yo empiezo a desabrocharme el pantalón. “Muy despacio, súbelo muy, muy despacio”, te pido. Tú obedeces, y tu vestido empieza a subir con muchísima lentitud. Entretanto, seguimos con la mirada clavada el uno en el otro, mirándonos ahora a los ojos, ahora al cuerpo adorado del otro... al cuerpo, a los ojos, al cuerpo, a los ojos...

Yo me siento torpe quitándome el pantalón, mientras veo cómo tú subes tu vestido y me pareces como una diosa, descubriendo tu cuerpo poco a poco, sólo para mí. Es difícil expresar cómo me siento en una situación así... excitación, gratitud... lo estás haciendo para mí... es maravilloso... y tu cuerpo es tan precioso...

Yo ya me he quitado el pantalón, y tu vestido ha llegado a la altura de tus caderas, dejando todo tu sexo al descubierto. Noto tu excitación en tu mirada y tu respiración, y la mía se observa claramente en mi polla, que ha quedado completamente libre, apuntando hacia el frente, al quitarme el pantalón. Los extremos de mi camisa cuelgan sobre ella mientras empiezo a desabrocharla botón a botón, y mientras tu vestido va subiendo por encima de tu ombligo. Mientras yo termino de desabrochar mi camisa, tú llegas al borde de tus pechos. Ahí el vestido parece engancharse, y mientras sigues tirando de él, tus pechos suben también por un momento, arrastrados por el borde, hasta que finalmente ceden, quedan repentinamente libres y vuelven a caer ligeramente hacia abajo, mostrando tus pezones semierectos, aún no del todo, pero bien marcados, muestra de tu excitación.

Es maravilloso. Terminas de quitarte el vestido y yo mi camisa, los dos estamos ya desnudos y no puedo dejar de mirarte, de contemplarte y de pensar que eres lo más bello que existe en el mundo. Tienes un cuerpo alucinante, increíble, me encanta... Y ahora me lo ofreces todo para mi... es maravilloso, creo que me siento feliz.

“Date la vuelta”, te digo, tras contemplarte extasiado unos segundos. Me obedeces, y veo la belleza de tu espalda, preciosa, terminando en ese culito redondo y apretado que me incita a lanzarme a por él, a apretarlo entre mis manos, a morderlo... Pero me reprimo: aún no...

“¿Puedo volverme ya?”, me preguntas. “Claro”. Quedamos frente a frente de nuevo, y, mirándome primero a los ojos, bajas luego tu mirada hacia mi polla. Extiendes con suavidad tu mano hacia ella, y, elevando la vista de nuevo hacia mí, me preguntas casi con timidez “...¿puedo?...” Asiento con la cabeza y sonriendo ante lo absurdo de la pregunta, y entonces muy despacito te arrodillas frente a mi, y, sin apenas tocarla, te la introduces despacito en la boca. ¡Es imposible describir esta sensación! Esto ya es una mezcla de todo... Placer, gratitud, dulzura, calor... es imposible de describir... la suavidad de tu lengua sobre mi glande, tus labios sobre mi piel, la indescriptible sensación de estar siendo el receptor de un regalo imposible de corresponder... Te miro, entre el placer y el cariño, sintiéndome derretir por dentro, mientras tú chupas con suavidad, despacio, como sin querer lanzarte aún al sexo desenfrenado, sino como si simplemente me hicieras una caricia con tu boca...

Mientras dura, los segundos me parecen eternos, como si se hubiese parado el tiempo y no existiera nada más, pero cuando te retiras me parece que acababas de empezar... Me miras desde abajo y sonríes; yo también sonrío y te ayudo a levantarte para volver a fundirnos en un beso apasionado y a juntar nuestros cuerpos desnudos, uno junto al otro, pegados en toda su extensión...

Pero ya está bien. Llegó el momento del sexo. Ya estamos lo suficientemente excitados, ha llegado el momento de ponernos a buscar los límites del placer.

Me separo de ti y te pido que te tumbes en la cama. Te acuestas boca arriba y te pido que no te muevas salvo para hacer lo que yo te pida. Abre las piernas, todo lo que puedas. Más, tienes que poder un poco más... Eso es, así... Te sientes expuesta, con todo tu sexo abierto, ofreciéndomelo; te da morbo, te sientes “guarra”, y te encanta... y a mí también. Te pones las manos detrás de la cabeza antes de que pueda pedírtelo, parece como si supieras lo que quiero, dejándote así en una actitud aún más vulnerable, y elevando ligeramente con ese movimiento tus pechos erguidos hacia mi... unos pechos que aún no he tocado, y que empiezan a estar deseosos de una mano o una boca sobre ellos.

Me arrodillo entre tus piernas abiertas y me inclino hacia delante para besarte en la boca, levemente. Luego voy bajando con mis labios y mi lengua deslizándose poco a poco por tu cuerpo, bajando por tu cuello, entreteniéndose un poco con el lóbulo de tu oreja para luego empezar a bajar por entre tus pechos, sin tocarlos, hasta llegar a tu cintura. Allí me detengo un poco, jugueteo con mi lengua en tu ombligo mientras con mis manos empiezo a acariciar tus costados, bajando desde tus axilas hacia tus caderas, rozando el borde lateral de tus pechos con mis dedos, deslizando mis manos y mis dedos suavemente sobre tu piel, mientras mi lengua sigue jugando con tu ombligo para finalmente abandonarlo y continuar con su descenso hacia tu sexo.

Pero ahí me detengo, justo al borde de tu vello, y me separo de ti. Ahora con mis manos acaricio tus muslos, deslizándolas suavemente a lo largo de tus piernas hasta llegar a tus pies para una vez allí comenzar a subir de nuevo, esta vez por el interior. Lentamente, acercándome a la cara interior de tus muslos, te voy acariciando con mucha suavidad mientras asciendo hacia tus ingles, parándome de nuevo justo al borde de tu sexo.

Es difícil describir el jugueteo que vendría ahora... Demasiados leves toques, demasiados pellizquitos, demasiadas caricias levísimas e instantáneas para describirlo... Pero se trataría de tus labios, y de tu vagina, de intentar acercarte al borde de la desesperación, al borde de pedir a gritos que por favor, te lo coma o te folle de una vez, o que te lo toque de verdad, pero que basta ya de hacerte sufrir... Porque te haría sufrir, de puro placer... Comenzaría haciéndote notar mi aliento, con mi boca pegada a tu sexo pero sin llegar a tocarlo… un soplidito sobre el clítoris, un soplo de aliento caliente sobre tus labios menores, un levísimo roce como accidental de mis labios con los tuyos, para hacerte sentir que estoy ahí y que aún es mucho más lo que puedo hacerte… un pellizquito con mis dedos mojados en saliva en tus labios exteriores... un suave tironcito de pelo en la zona de los labios interiores y el clítoris... un suave deambular con mi dedo índice por la entrada de la vagina, en leves círculos por su exterior... coger entre mis dedos índice y pulgar, previamente empapados con los jugos que salen cada vez en mayor cantidad de tu sexo, uno de tus labios menores, y deslizarlo lentamente entre ellos... deslizarlos ambos a modo de pinza a lo largo de tus labios... y dar un levísimo toque con la punta de mi lengua sobre tu clítoris, mientras inesperadamente mis manos han subido simultáneamente a rozarte con suma suavidad los pezones...

Me entretendría con este jugueteo sutil, sin llegar tocarte el coño como realmente lo deseas, durante unos minutos. Entonces subiría, mi boca buscaría tus pechos, y mientras mis manos acarician su borde, mientras los acojo en mi palma, notando su firmeza y suavidad, mi lengua iría describiendo círculos de afuera adentro, acercándome a tu pezón... para finalmente llenarme la boca con él, para abandonarme libremente sobre tu pecho y devorarlo, mientras manoseo el otro con mi mano, mientras mi mano pellizca el otro pezón y con mi lengua juego con éste, lo mordisqueo, siento cómo se hincha y se yergue, largo y duro… lo aspiro hacia el interior de mi boca mientras lo rodeo una y otra vez con mi lengua y te oigo gemir levemente, e incluso arquear tu espalda, lo que me pone aún más a cien de lo que ya estoy.

Pero tengo que volver abajo, quiero ponerte al borde del orgasmo antes de follarte de verdad. Y así, vuelvo a contemplar cómo te retuerces y a oír cómo gimes mientras con mis dedos, con las dos manos a la vez, voy manoseando tus labios externos e internos, deslizándolos entre mis dedos; al mismo tiempo, mi lengua está jugando a la entrada de tu vagina, empapada en tus jugos, deliciosa... luego aparto a ambos lados tus labios con mis manos mientras con ambos pulgares voy destapando el clítoris, le retiro su capuchón para dejarlo al descubierto, totalmente expuesto; y entonces le doy un levísimo toque con la punta de la lengua que te hace gritar de placer... y luego otro.. y otro... y otro más, cada vez más seguidos, hasta que te cojo todo el clítoris en mi boca, lo aspiro entre mis labios, evitando los dientes, paso mi lengua por toda su superficie, y tú ya estás gritando y retorciéndote de placer.

Ahora ya hemos rebasado el límite, se acabó el acumular tensión, ahora ya se trata de disfrutar del placer al máximo. Hundo mi cara en tu sexo, trago a sorbos tus líquidos mientras chupo y chupo sin parar, meto mi lengua en tu vagina hasta el fondo, lamo todo lo que cae a mi alcance mientras mis manos colaboran tocando, separando tus labios, introduciendo dedos en tu interior… En un determinado instante, y como sé que te encanta, uno de ellos, completamente lubricado con tus propios jugos, entra también en tu culo.

Estás que no puedes más, pero yo no lo estoy menos, me pone a cien verte excitada así. Casi podría correrme viéndote correrte a ti, con poco más me valdría... Es mi debilidad: no soporto ver a mi pareja gozando de placer, me hace correrme en cuanto me descuido, en cuanto intuyo que ella está a punto de hacerlo también. Es totalmente psicológico, pero poco me excita más que contemplar la excitación que yo mismo estoy provocando.

Llegó el momento, te la voy a meter. Tú quieres chupármela de nuevo antes de que te la meta, no sé si lo haces por mi o si de verdad disfrutas con ello, pero estoy tan excitado que casi prefiero que no lo hagas, aunque me encantaría, y no sabes cómo... Pero no, salvo que te empeñes, ahora quiero follar... aunque no sé... quizás fuera mejor alargarlo, tomarlo con calma... que me la chupes, y así entre tanto calmarte algo tú, para luego volver a intercambiar los papeles de activo y pasivo y así hacerlo durar más y más, disfrutando del sexo por más tiempo, disfrutando al máximo de este placer que estamos dando y recibiendo a raudales...

En fin, decide tú: chúpamela si quieres, pero si lo haces, hazlo a lo bestia, chúpala bien, sin suavidad, sin miramientos; quiero sexo, puro sexo... Así, cómetela, entera, vamos, trágala bien, cógeme los huevos... ohhhh, me encanta... es maravilloso, maravilloso... qué bien la chupas, eres... increíble...

Me correría en tu boca, me encantaría hacerlo... sería alucinante, sentir mi orgasmo mientras tu lengua sigue rodeando mi polla, mientras no paras de chuparla y chuparla aunque yo esté retorciéndome de gusto y sin poder más... No quiero que la muevas con la mano, sólo tu boca, nada más, sólo eso... el placer más increíble...

Pero no, no quiero correrme aún, quiero follarte, quiero disfrutar contigo, hacerte gozar a tope y corrernos juntos, ver tu cara, oír tus gemidos de placer mientras me corro dentro de ti viéndote correrte a ti también.

Así que ven, levanta de la cama y ponte aquí, sobe la mesa. Sí, hazme caso... el culo en el borde, sentada en el borde... ahora túmbate hacia atrás, así... Traigo dos sillas y te hago apoyar los pies sobre los respaldos... así, totalmente abierta, expuesta, toda a mi merced... ¿Se te había relajado el chochito mientras me la chupabas? Pues eso no puede ser: aquí me tienes de nuevo, no pienses que puedes relajarte. Hundo mi cara entre tus piernas y te devoro, te como entera, te disfruto a tope mientras te doy todo el placer de que soy capaz. Me levanto y, rodeando la mesa para acercarme a tu cara, me inclino sobre ti y te beso apasionadamente. Noto el sabor de mi polla en tu boca y eso me excita, me da morbo, y tú notas todo tu sabor en la mía también. Nuestras lenguas se entrelazan, y tras unos instantes me retiro para ahora poner mi polla sobre tus labios. La coges y la chupas con ansia, como si te la fueran a quitar... Y así es, porque llegó el momento, allá vamos. Te la saco de la boca y vuelvo entre tus piernas, de pie entre ellas, delante de ti.

Estás abierta, intensamente abierta, y yo apoyo mi glande a la entrada de tu vagina. Estás húmeda, chorreando, tremendamente excitada; se distinguen gotas de tus jugos acumuladas en la parte inferior de tu vagina, a punto de gotear por tu perineo. Es maravilloso contemplar tu excitación en tu cara, oírla en tus gemidos, y verla en la tremenda humedad de tu sexo. Y entonces, te la meto de una sola vez... no bruscamente, puede que hasta con cierta lentitud, pero sí sin pausa, directa, toda hasta dentro, haciendo que notes cómo se introduce centímetro a centímetro. Entra solita, desliza con una tremenda suavidad mientras siento cómo la rodea el intenso calor de tu sexo; entre tanto, no puedo dejar de observar tu expresión al sentirme dentro, tu boca abierta, tus ojos cerrados... Ha llegado. Estoy dentro de ti. No tengo suficientes manos para tocarte todo el cuerpo como desearía hacerlo... Mientras empiezo a moverme con contundencia dentro y fuera, tú tocas tu clítoris y mis manos se mueven de tus caderas a tus tetas, de tus tetas a tu culo y luego de nuevo a tus caderas para tirar de ti, para empujar con más fuerza, para follarte de verdad.

Dentro y fuera, dentro y fuera, dentro y fuera... te follo sin parar, mientras contemplo el placer en tu cara en forma de expresión casi de sufrimiento y te oigo gemir bajito, como si no tuvieras ni fuerzas para hacerlo de verdad. Entre tanto, te aprieto las tetas entre mis manos con desesperación, pellizco tus pezones y me inclino para cogerlos en mi boca, para llenar mi boca con tus tetas, para disfrutarte toda...

Pero tengo que parar, tengo que hacer una pausa, porque no aguanto más, y aún no, no quiero que dure tan poco... Me paro, me separo un poco, y te chupo, te lo chupo todo, te manoseo, chupo tus pechos, te beso... y vuelvo a meterla, adentro otra vez, a follar como locos, a follar de verdad...

Tú me pides más y más, con más fuerza, me pides que no pare, que te dé más... No puedo hacerlo más fuerte, me parece que te voy a destrozar, pero tú aún pides más... Voy a correrme, y creo que tú también, lo noto llegar, se aproxima...”¡Me voy a correr! ¡No aguanto más!” “¡Yo también!”, me dices, “¡sigue!”. Y sigo, sigo moviéndome, follándote, de pie frente a la mesa, metiéndotela hasta el fondo, en esta postura en la que toda tú estás accesible para mí y en la que puedo meterla hasta el fondo y sacarla hasta la punta en cada envite, haciendo el recorrido mayor y haciéndote correr de puro placer.

Finalmente no puedo más, siento cómo me inunda el orgasmo, noto mi semen corriendo por mi interior y saliendo disparado dentro de ti mientras tú también das un grito ahogado y clavas tus uñas en mis brazos, y arqueas tu espalda mostrando unos pechos maravillosos, apuntando al frente con los pezones totalmente erectos, con la espalda arqueada, mientras yo te contemplo a la vez que me sigo moviendo y corriéndome dentro de ti, gritando sin poderlo evitar...

Se acabó... tú vuelves a apoyar tu espalda sobre la mesa, mientras sueltas un suspiro, y yo me dejo caer sobre ti... beso tu pecho con suavidad mientras tú acaricias mi pelo... te beso, y los dos sonreímos...

Dentro de un rato, otro”, te digo... y nos echamos a reír los dos...