2 de diciembre de 2009

“¡Métemela, joder!”

Mi primera experiencia de sexo anal (y la primera de mi pareja) resultó ser excepcional. Pocas veces hemos sido capaces de repetirlo así de bien.
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No todas las mujeres están dispuestas a que se la metas por el culo, e incluso aquellas que sí lo hacen, no siempre les apetece. Por eso, no puedo decir que haya dado por culo muchas veces, aunque supongo que no me puedo quejar. Intentos ha habido bastantes, aunque algunos ha habido que dejarlos a medias porque la chica no lo soportaba (aunque esa misma chica otras veces disfrutaba como una loca, como veremos luego; cuestión de hacerlo bien), pero “enculadas consumadas” no creo que haya hecho más de 10. Pero hay una que recordaré toda la vida, a pesar de que debe hacer ya casi 10 años que sucedió. Fue la mejor enculada de mi vida, simplemente porque en ninguna otra he visto disfrutar a la chica como en aquella ocasión. Fue de película, inolvidable, y esta experiencia que recordaré siempre es la que quiero contaros hoy.

La verdad es que tampoco recuerdo muchos detalles, lógicamente, dado el tiempo que ha pasado desde entonces; de hecho si recuerdo aquella situación concreta fue por el morbo que me dio, y todo lo que no fuera el polvo en sí mismo es como una nebulosa. Era por la tarde, y estaba con mi chica en el salón de su casa, un piso de estudiantes compartido, aunque aquel día estábamos solos. Yo tenía ganas de echar un polvo, y ella se hacía la remolona, aunque no recuerdo los detalles. Creo que nos íbamos a ir a cenar por ahí, y ella quería dejar el polvo para luego, o algo así.

En el fondo creo que jugaba a "hacerse la estrecha". El caso es que no sé bien cómo empezó a hablarme de unos libros eróticos que tenía alguna compañera de piso. El caso es que cogió uno y empezó a leerlo en voz alta, mientras yo la iba magreando. Ella se dejaba hacer... era algo así como "no me apetece follar", pero con la boca pequeña... y yo intentando llegar a follarla...

Esta parte no la recuerdo bien, pero supongo que le fui metiendo mano y le fui quitando la ropa. Estábamos sentados en los sillones del comedor, un par de sillones de esos que se juntan para formar un sofá. El caso es que entre magreo y magreo terminamos los dos desnudos mientras ella seguía leyendo historias porno en voz alta. No sé bien cómo, terminamos con ella boca abajo sobre los sillones, y yo encima, con la polla pegada a su culo. Creo recordar que intenté follarla y se negó; estaba claro, jugaba a fastidiarme, a impedirme que la follara, jugaba a hacerse la estrecha, aunque para entonces yo ya sabía que era cuestión de tiempo, que estaba cachonda y sólo jugaba a estirar la situación. Como no me dejaba metérsela en el coño, empecé a restregar mi polla por la raja de su culo y a empujar como si quisiera follarle el ano, aunque la verdad es que no me planteaba hacerlo en serio. Notaba que ella ya no ponía pegas a nada, estaba cachonda también, y hasta se le notaba la excitación en la voz mientras seguía leyendo. La verdad es que si no fuera porque ambos estábamos excitados, hubiera sido más bien cómico: puesta boca abajo en pelotas, conmigo encima empujándole el culo con la polla, y ella haciendo como si no pasara nada, leyendo en voz alta un libro de la sonrisa vertical o similar.

Seguimos con este jugueteo un buen rato, yo empujando, poniéndome cachondo con la polla entre su culo, pero sin pensar en que acabaría dentro. En esto que no sé qué noté... supongo que fue una mayor presión en mi capullo, combinado con alguna exclamación suya de excitación... me paré y pregunté "¿ha entrado?". Y me dijo que sí: “un poquito”. A lo tonto, la puntita del capullo se había metido en su culo, ella sola. Y le gustaba. Casi no podía creérmelo, nunca habíamos hecho esto… Alguna vez lo habíamos intentado, medio jugando, pero nunca había llegado a meterla: si lo hacíamos “a pelo”, no conseguíamos que entrara, o empezaba a dolerle al apretar para entrar; y una vez que habíamos probado a lubricar, entró la punta pero le dolió tanto que empezó a gritar que la sacara sin haber llegado a enterarme casi de que había entrado un trozo... En cambio ahora, ahí estaba, con la punta de mi polla, sólo la puntita, metida en su culo casi sin querer.

"¿Sigo?", creo que pregunté, y debió responder algo así como que vale... como sin mucha seguridad, pero le molaba... creo que me dijo que fuera con cuidado, no sé... El caso es que seguí, moviéndome sin apretar más de la cuenta, oscilando pero sin meter más de lo que había entrado por sí solo, así un buen rato. En algún momento se salió, y como ya estábamos por la labor de meterla, aproveché para lubricarle bien el ano y mi polla con los jugos de su coño, que para entonces estaba ya chorreante. Volví a empujar, ahora pareció entrar más fácilmente, aunque seguía siendo sólo un poquito... volvimos a juguetear, a moverme sin apretar, pero dando algún pequeño empujoncito de vez en cuando, para ganar unos milímetros. Yo ya estaba deseando metérsela a tope, pero temía que en cualquier momento me dijera que parara. A veces empujaba y no entraba nada, y a veces en uno de esos empujoncillos ganaba algo de terreno. El momento crucial, como siempre, fue cuando terminó de entrar el capullo, cuando pasó la parte más ancha: lanzó una exclamación, y le pregunté si le dolía, si paraba. Dijo que no... no parecía muy segura, parecía tener una mezcla de temor y puro morbo a la vez, me dijo que fuera con cuidado, pero que siguiera... Hasta entonces había estado leyendo el libro en voz alta, como ajena a lo que yo le hacía, jugando a que la cosa no iba con ella, como si me dejara hacer pero sin implicarse… Pero a estas alturas ya ninguno de los dos prestaba atención a la lectura; no sé bien en qué momento terminó por mandar el libro a la mierda y centrarse en la follada...

Seguimos durante bastante rato así, muy poquito a poco, con mucha oscilación juguetona salteada con algún empujoncito más fuerte para meterla un pelín más... Le dedicamos muchísimo tiempo, avanzando centímetro a centímetro con largas pausas intermedias, en las que simplemente me mantenía oscilando dentro y fuera de su culo pero sin llegar a moverla realmente. Así, muy poco a poco, a base de pequeños empujoncitos espaciados en los que ella solía soltar pequeños grititos (más de sorpresa y excitación que de dolor), al final terminó toda dentro; parecía increíble, ¡le había metido la polla entera en el culo, y encima le gustaba! Era el momento de empezar a follar de verdad, de ir convirtiendo poco a poco lo que hasta entonces sólo habían sido oscilaciones en una follada "real". En algún momento intermedio la saqué entera y volví a lubricarlo todo bien con los jugos de su coño, extendiéndolos por su ano y mi polla... Todo iba sobre la seda, parecía increíble: ahora la polla entraba y salía solita, y si la sacaba del todo, volvía a entrar como si nada, y sin molestias por su parte. Eso permitió que ella se enviciara totalmente, todavía me pongo cachondo de recordarlo, estaba a cien, estaba disfrutando realmente a tope con la enculada, me pedía más... Recuerdo que una o dos veces, cuando ya estábamos follando a tope en uno de los envites se me salió, y me pidió casi a gritos "¡métemela joder!"; no puedo describir lo cachondo que me puso aquello (como si no lo estuviera ya bastante), me puso a cien verla así de excitada con la enculada, y no se me olvida, lo tengo grabado en mi mente, aunque ya hace siglos de aquello... De hecho, aunque follé cientos de veces con esta chica, creo que en ninguna otra ocasión follando le oí pedirme así "¡métemela!", con ese ansia, casi con desesperación porque se hubiese salido.

Os podéis imaginar que después de esto, el polvo fue de locura… Ella estaba disfrutando a tope, estaba claro que disfrutaba y no le dolía en absoluto, era como si le follara el coño en lugar del culo, nunca hubiera pensado que sería tan fácil, y empecé a follar sin piedad, a lo bestia. Habíamos empezado tumbados totalmente sobre los dos sillones, y en algún momento, creo que cuando ya la polla había entrado del todo, habíamos cambiado para ponernos a cuatro patas. Yo le agarraba las tetas, que las tenía preciosas, grandes y firmes, y a ratos la cogía por las caderas para follarla con más fuerza, mientras ella gemía como una loca… era como en las películas, parecía increíble. Imaginaos cómo fue que de tantos envites los sillones acabaron por separarse (ella estaba a cuatro patas sobre uno y yo de rodillas en el de al lado), de modo que terminé de pie entre ambos follándola el culo. También recuerdo haber pensado que podría vernos alguien, y eso incluso me dio más morbo: el ventanal del salón tenía las cortinas descorridas, y hasta entonces los respaldos de los sillones nos habían tapado, pero cuando terminamos con los sillones separados y yo de pie, su culo en pompa y yo habíamos quedado totalmente a la vista desde el ventanal. Era casi imposible que alguien viera algo: aparte de tener que estar mirando en ese momento, las otras casas estaban bastante lejos y nosotros al fondo del salón, donde seguramente sólo se veían sombras, pero me dio morbo pensar que alguien pudiera gozar del espectáculo.

Fue genial, y encima, por alguna razón desconocida, yo, que en aquella época era de corrida fácil y me costaba verdaderos esfuerzos aguantar follando hasta que ella se corriera, estaba aguantando como un jabato. Claro, sólo hasta que empecé a oírla gemir como una loca porque empezaba a correrse: eso hizo que no pudiera más, y de inmediato mi polla empezó a derramar leche dentro de su culo, derrumbándonos los dos a continuación sobre los sillones, exhaustos. Después de entonces, lo repetimos en varias ocasiones, especialmente en los siguientes días, y luego de forma más aislada. Pero nunca volvió a ser igual. Sí, ella descubrió que le gustaba que se la metiera en el culo, pero nunca volvió a gustarle como aquella vez, quizás porque nunca desde entonces conseguimos que fuera tan fácil, en lo sucesivo el placer siempre se mezclaba con un poco de dolor. Estoy seguro de que aquella vez salió tan bien porque le dedicamos tanto tiempo a la penetración, porque lo hicimos tan poquito a poco, dando tiempo a su ano a dilatarse y adaptarse a mi polla con calma y sin dolor; las demás veces, nos podía la impaciencia y el resultado, aunque unas veces mejor y otras peor, nunca llegó al extremo de morbo y excitación de aquella primera vez. Será por eso que no la olvido, y aún me excito cuando lo recuerdo.

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